La cantante, nacida en una pequeña isla de Irlanda del Sur, se presentó en la inauguración del Festival de Cine Verde de Barichara. Una historia que coincide con la violencia que históricamente ha golpeado a Colombia.

Como la guerrilla temía que entre los irlandeses que estaban viviendo en El Pato, Caquetá, se infiltrara algún espía gringo, el comandante de la zona le ordenó a los foráneos que se largaran de allí. Corría el año de 1998. El entonces presidente, Andrés Pastrana Arango, acababa de despejar los 42.000 kilómetros cuadrados de los municipios de La Uribe, Mesetas, La Macarena y Vista Hermosa en el departamento del Meta, y de San Vicente del Caguán en el departamento del Caquetá, para iniciar una nueva mesa de diálogos con las Farc. El secretariado del grupo guerrillero no quería correr riesgos y supuso que lo mejor era desplazar a la comunidad extranjera que entonces vivía en esa inhóspita zona del sur oriente del país.
Asustados por la situación, los irlandeses armaron viaje en un dos por tres. Empacaron sus chiros y en tres viajes en chiva llevaron sus gallinas y sus matas hasta la vereda Pueblo Nuevo, en el departamento del Tolima. Allí, en ese paraje natural ubicado a una hora de Icononzo, la comunidad de irlandeses fundada por Jenny James intentó continuar con su estilo de vida: sembrando y cultivando su propio alimento y educando a sus hijos lejos de las ciudades.
El bosque, las quebradas, las cuevas y los ríos que pasaban por el lugar, creaban el ambiente ideal para que la utopía del hipismo se hiciera realidad. La guerra no lo permitió. Un año después del primer desplazamiento, la guerrilla volvió a aparecer. Esta vez la amenaza escaló y les dijeron que lo mejor era que se fueran de Colombia.
Katie James, hija de Jenny, le dice a El Espectador que su mamá entendió la situación. “No era ingenua y sabía el conflicto que se libraba en Colombia, pero lo asumió de una manera muy tranquila, como un capítulo más de su vida”. Lo realmente grave sucedió un año después. En el 2000. “Un sobrino mío y un colombiano que vivía con nosotros, cometieron el error de volver a la región para despedirse de sus amigos de la infancia. Mi sobrino tenía planeado irse para Europa, pero los mataron en Olla Grande, Tolima”. Diecinueve años han pasado desde entonces.
“Con ese asesinato me obligaron a abrir los ojos para ver la maldad de la humanidad. De la violencia que hay, no en Colombia, sino en el mundo. Hasta ese momento vivía en una burbuja. En un paraíso en el que crecí con una infancia casi perfecta. No era que nunca hubiera escuchado sobre la violencia, pero hasta ese momento la sentí lejana”.
Tras el asesinato de los jóvenes, varios de los irlandeses que formaban parte de dicha comunidad decidieron regresar a su país. Para la familia James eso nunca fue una opción. “A pesar de toda mi mamá estaba enamorada de Colombia. Nos preguntó (Katie tiene dos hermanas) si queríamos irnos, pero ninguna pensó que esa fuera una solución. Como proceso de duelo empecé a hacer música para las víctimas”.
A los 16 años, con la herida de la muerte aún abierta, compuso “Mi forma de hacer la paz”.
“Puede sonar cliché, pero la paz sí tiene que empezar con uno mismo y con las personas que lo rodean a uno. En medio de ese trauma entendí que la felicidad era una forma de llegar a la paz. Una felicidad que no pase por encima de lo demás, que es lo que la mayoría no hacemos. Pasamos por encima de lo demás en busca de esa felicidad.